Todo comenzó a finales del año 2019, estábamos pasando por una situación familiar bastante mal, le diagnosticaron cáncer de mama a mi madre, la noticia fue tan perturbadora que empecé a tener depresión masiva, no quería salir de mi cuarto y me hundía en mis peores pensamientos, fue una época muy difícil, pero entendíamos que no la íbamos a dejar sola, era nuestra prioridad de ahí en adelante, siempre estar juntos pese a los momentos que pasáramos.
Después de unos meses, a principios del mes de febrero de 2020, nos fuimos a un viaje familiar, queríamos estas vacaciones para relajarnos y llevar la situación que teníamos con calma y paciencia, también como parte de mi cumpleaños fue el mejor comienzo para ese año, aprovechando al máximo los días soleados y sobre todo el poder compartir; todo iba como de costumbre, reuniones familiares, salidas eventuales, nada anormal por el momento, aquellos días nos habíamos ido a otro viaje para el Tolima, no hace nada que llegamos a casa y se empieza a asomar una tormenta de noticias a la vuelta de la esquina, virus por aquí, virus por allá, jamás nos imaginamos que fuera a llegar a este lado del mundo, antes todo lo contrario, en un abrir y cerrar de ojos todos estábamos separados de las personas que amábamos y sobre todo de las personas con quienes compartíamos nuestro diario vivir, al principio fue como: «Bueno, solo serán unos días», al cabo de esos días se fueron convirtiendo en semanas y en meses.
Por un tiempo sentí que todo se iba a terminar, que ya no había esperanza para nadie, hasta que una simple y corta frase me cambió por completo, ¿Vamos a jugar dominó?, ya sé que se puede escuchar muy excéntrico, pero desde ahí supe que iba a tener la mejor compañía para esta época, desde ahí despertó un sentimiento de querer pasar tiempo con ellos mientras pudiéramos, jugábamos y comíamos, nos quedábamos hablando y riendo por horas, veíamos películas y series con palomitas, la mejor parte de esto fue que vivíamos cerca, para nuestra suerte todos a menos de una cuadra así que no había ningún problema con eso, cabe resaltar que todo esto siempre lo hicimos bajo los protocolos ya que la mayoría de todos eran mayores de edad, así que siempre fue primordial cuidarnos entre nosotros.
Aprendí que a pesar de los momentos pesados, procesos complejos, problemas bajo el núcleo familiar, siempre tenemos a ese grupo de personitas que nos van a estar apoyando y hacernos sentir bien todos los días, la felicidad con nuestra familia no está en salir a viajar, ir a comer a un restaurante, dar una vuelta en carro; la verdadera felicidad está en nuestra casa, ya sea con nuestros tíos, primos, abuelos, hermanos y padres, poder juntarnos en nuestra sala, charlar, comer, hablar sobre todo lo que hemos vivido y lo que falta por recorrer, aprovechar esos momentos tan sencillos pero tan llenos de alegría y motivación para seguir adelante, un abrazo cálido y una sonrisa que a la vista se siente que ahí es donde realmente perteneces.
Dios siempre estuvo a nuestro lado a pesar de las circunstancias tan pesadas que pasamos como familia, aprendí que el tiempo de Dios es perfecto y vale la pena esperar el Él, no cuestionar lo que hace, porque su voluntad siempre va a ser perfecta para con sus hijos. Después del proceso que pasó mi madre, me repetía una frase que marcó y cambió mi vida: «No cuestionemos el porqué sino el para qué»; acepto que al principio fue difícil meterme a la cabeza el proceso por el que estábamos pasando, solo le reprochaba a Dios y lo tenía como enemigo, pero entendí que esos procesos son los que ayudan a sustentar nuestra fe y confiar más en su palabra que es vida. Gracias a Dios por darme una enseñanza más para mi vida.
Por: Tannia Bedoya