El soberano ordena a un hombre que le haga una tienda, un tabernáculo, un santuario, para trasladarse desde el cielo para vivir y testificar declarándose a los hombres.
Les da la materia prima, les da la sabiduría para que diseñen todo lo que les ha mostrado… y así lo hicieron.
Lo aburren en esa tienda y les ordena diseñar ya un templo de refinados materiales para colocar allí su poderoso nombre, lo hacen en siete años y luego lo inaugura llenándolo de su majestuosa gloria.
Ni aun los cielos pueden contenerlo. Lo aburren y violan la legislación que deben mantener y se sale de tal lugar.
Entonces: ¿Qué hacer? Llega como hijo hasta para aprender la obediencia, o sea, se manifestó en carne para asumir la forma de siervo, pero eso sí, sin dejar de ser la forma de Dios.
Ya está entre los hombres con señales, maravillas, portentos cual nadie los había hecho. Mas los hombres no lo conocieron y hasta lo crucificaron, fue sepultado, pero la tumba no lo pudo contener, la abandonó a los tres días y hoy vive para siempre habiendo triunfado sobre las fuerzas del mal y del malo, el diablo.
En toda esta participación está entre los hombres hasta el día de hoy y más concretamente entre los que le invocan de puro corazón.
Siguiendo con la delegación de poder, necesariamente no se puede pasar por alto lo que jamás concediera a otro acto de su creación, a los ángeles, como lo hizo con el hombre, al compartir su nombre.
Que el hombre se llame de su nombre. Que le de funciones para hacer en su nombre. Concederle el perdón por su nombre; heredar todas las glorias del cielo por su nombre; incluso de sentarse en su mismo trono por su nombre.
¿A cuál de los ángeles dijo todo esto?
Recibir su Espíritu hasta ser hecho a su imagen… todo esto no sólo para que le conozca, sino para una coparticipación sin precedentes.
También hay tal responsabilidad que, de haber un rechazo o menosprecio por el hombre, le puede ocasionar la muerte eterna, por no haber creído en un juicio que será con agravante peor que a los ángeles que no guardaron su dignidad, o como otros juicios hechos a los hombres como el diluvio, a Sodoma y Gomorra, Pompeya, Armero y otros.
Cristo: “Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba;” (Juan 8:23) y “si no creyereis que yo soy, en vuestros pecados moriréis” (Juan 8:24 RVA).
Por: Noel Ospina Muriel (QEPD)